¿Cuándo empezó a salirse de la casa a hurtadillas?
Ahora tengo casi dieciocho años, pero creo que desde que tengo uso de memoria, sus salidas misteriosas y su actitud sin explicación, se daban casi a diario. Muchas veces mi padre volvía del trabajo para encontrarnos cenando solos, lo que la nana había preparado, antes de irse a dormir.
¿Dónde quedaba con eso, la regla de que una mujer no se sale a ningún sitio, sin avisar?
Desde mi cama la escuchaba responderle de mala manera a mi padre, cuando llegaba todavía más tarde; cuando ya todos estábamos acostados, y él se atrevía a preguntarle, donde estuvo o con quien. Yo creo que su forma de contestar lo dejaba sin habla, porque se quedaba callado. A mí me dejaba con ganas de no haber oído su discusión, porque después de eso, el sueño se me espantaba y parecía no volver.
En lo único que mi madre era congruente con sus lecciones, era en aquello de preocuparse por verse bien. En eso si se sacaba primer lugar. Tanto que mis amigos me molestaban diciendo que mi hermana se veía mejor que yo.
Mejor ya no sigo pensando en todo esto, la lista de sus instrucciones y mis quejas se volvería interminable y lo único que gano, es que el recuerdo de mi madre, me haga soltarme a llorar, y de verdad no quiero dar ese espectáculo, porque si empiezo, no voy a poder parar.
Es que, por si fuera poco todo lo que antes me hizo, ahora resulta que mi madre se fue de la casa, para siempre, hace dos meses, y por eso, hoy se murió mi papá.
Así de rapidito, ella se fue, él se desconectó de todo, y en dos meses se apagó.
Ay este olor de parafina de la funeraria, me entra hasta el estómago y tengo deseos de vomitar. Siento la cara engarrotada. No quiero hablar con nadie, y no voy a llorar, no voy a llorar.
Muchos lo dicen y después voltean a mirarme, como si tuviera monos pintados en la cara, o me hubiera salido de repente una cicatriz.
Pues si, mi papá se murió de tristeza, porque ahora que ya está viejo, vino a descubrir que mi mamá le venía jugando el mandado desde hace muchos años y tiene un amante que es casi de la misma edad de mi hermano el mayor.
No fue un amorío de ocasión. ¡No, para nada! sino un amasiato en toda regla. Dicen que se veían todos los días desde hace doce años, cuando ella empezó a ir a visitar enfermos, como dama de la caridad.
Enfermos ¡Si cómo no!
Dicen que este hombre tiene hijas, de otra mujer con la que antes vivió. Que cuando ellos se dejaron, por culpa de mi mamá, las niñas se le quedaron a él, y mi madre las ha venido cuidando.
También escuché que mi mamá es un dulce con las chamacas. Que la adoran, porque ella es un encanto de mamá. Y eso sí, que me dolió.
De las niñas, dicen que la más grande tiene catorce años y trece la más pequeña. Pues mi madre ya ha tenido tiempo de enseñarlas.
Aunque ahora que lo pienso y en ánimo de respetar la verdad, su hipocresía y su descaro tienen un nombre, que le calza muy bien.
Esto de ser hija de una cualquiera no es cualquier cosa. Como que te marca, como que te deja una cicatriz.
Y aunque para todos, mi papá es el bueno, creo que también tengo que sentir de él:
Aquí me siento, como niña chiquita, para ver el resultado de mi travesura, esta vez si funcionó mi imaginación.
Aunque no es cierto, como la del viejito, la historia del papá que se murió de amor, es real, se la contaron a Nora y ella me invitó a que la escribiéramos la dos. Claro que lo único que tuve como tip, es que la señora tenía un amante y cuando el señor lo supo, zaz, se murió. Lo encontraron sentado en una banca de su jardín, dijeron que se había muerto de melancolía. Parece mentira, pero sucede.