miércoles, agosto 31, 2005

Mi mejor amiga tenía muchas muñecas...


Mi mejor amiga tenía muchas muñecas. Me gustaban tanto, que cuando me invitaba a jugar me portaba muy bien en la visita, para que me dieran permiso de volver.
De sus muñecas, las más bonitas eran pequeñas mujercitas. Vivían en la casa más hermosa del mundo. Los muebles de cada habitación estaban hechos a su tamaño. Había una sala y hasta un piano con banqueta. Las luces de los candiles se prendían. En el comedor, la vajilla puesta sobre la mesa, con un centro de frutas. En cada recámara, cama con dosel de gasa y armario con vestidos.

La casa de las mujercitas había sido de la mamá de su abuelita. Según decían eran valiosas. Pero a nosotras nos dejaban jugar cada vez que lo pedíamos y eso que sus muñecas eran mucho más bonitas que las mías. Vestíamos a las mujercitas para que se pasearan por toda su casa.

En mi casa de verdad, la sala y el comedor estaban separados de la estancia, por dos puertas abiertas de par en par. Y de qué me servía que estuvieran abiertas, si la dama, mi dama, me dijo desde que tengo uso de memoria que no debía cruzarlas porque esas habitaciones eran la casa del vecino. Obedecí, pero me paraba en una u otra puerta cuantas veces podía, para mirar desde afuera todas sus maravillas.

Al vecino no llegué a verlo, pero creí en su existencia. Tuvo que venir de visita un niño que vivía frente a nosotros, para que me abriera los ojos. Le expliqué que no debía entrar a ese paraíso — ¿La casa de tu vecino? ¿Cuál vecino?— me preguntó sorprendido. Cuando le dije que no lo conocía se rió de mí a carcajadas.

En esa época debo haber tenido algún retraso mental para haber sido tan crédula. No me creas; ironizo de mi fe en los adultos que entonces era grande. Después tuve que reconciliarla.

Reconcilié mi fe en los adultos. Me reconcilio también con sus manías, porque yo tengo las mías, aunque voy abandonándolas.
Antes, cada fin de año, por Navidad y también por Reyes, me sentaba frente a la televisión con mis hijos para ver juguetes.
Así compré muchas muñecas. Las coloqué en mi casa, y hoy, hermosas niñas que no son nada mío, juegan con ellas.
*
Mis muñecas tienen ángel. Alguna vez he leído en público estos fragmentos y cuando no lo hago, me los piden. Yo pensaba que todas las niñas que tenían muñecas, podían jugarlas como mi amiga ¿estaré equivocada y por eso, les gusta saber de las mías?

lunes, agosto 29, 2005

Hoy con los vuelos de mi columpio busco fluir.

Hoy con los vuelos de mi columpio busco fluir. Para lograrlo necesito desasirme, primero, de las cosas, después, del miedo.

Desasirse es recordar mis muñecas. Cuando me casé, la dama me las entregó todas y sentenció: “Aquí están tus muñecas. Se que no te van a durar, pero son tuyas, ahora son tu responsabilidad”.

Las acomodé sobre la cama, las acaricié mucho y después las dejé ahí varios días. Entonces me dolió que siguieran para siempre sentadas y solas. No había pensado hacerlo, pero se las di a mis primitas. Ellas no tenían muñecas como esas.

Las regalé todas. Supongo que jugaron con ellas. No sé si las cuidaron. ¿De qué me serviría saber que a los tres días la de los brazos tendidos quedó manca, y que poco después desnarigaron a la de cara de porcelana, o que al bebé del ropón le tiraron sus dientecitos? Preguntar sería eternizar la manía de la dama en brumas.

De niña me prohibió tocarlas. Yo crecí y mis muñecas siguieron impecables, ni un pelo se movió de sus cabezas. Nunca jugué con ellas. Estaban en su lugar, sobre la repisa colocada arriba de mi cama. Siempre prohibidas, siempre al alcance de mis manos. A veces me paraba de puntitas para mirarlas mejor, pero sabía que no podía bajarlas sin permiso.

Tenía dos muñecas con las que sí jugaba. Las pobres eran feas. Ni siquiera tuvieron un lugar en la repisa, por eso las subía a escondidas, aunque fuera un ratito, para que estuvieran juntas.

Otras veces fui mala con ellas. No me dolía escalparles sus pelos desgreñados, con tal de jugar a indios y vaqueros con mis hermanos. Sí las acariciaba, pero eso no me compensaba de no tocar a las bonitas. Por eso me alegra haber regalado mis muñecas cuando al fin, pude tenerlas cuanto deseara. Que alguien jugara con ellas fue mejor que jugar yo misma con ellas.

*
Continúo con estos pequeños "fragmentos del caracol". Alguna vez Tristán me dijo que para él leer esto era verme clavada como mariposa, en exhibición. Claro, él es mi hijo y le duelo. A mi todo lo que les he compartido ya no me duele, forma parte de lo que soy o tal vez será mejor decir, hizo de mi lo que soy.

viernes, agosto 26, 2005

Colecciono caracoles

Colecciono caracoles. Sé que los antiguos los usaron como ofrenda y adorno, como música y alimento. Jugaron un papel importante en su visión del cosmos, como lo juegan en la mía.

Para ellos, los caracoles fueron valiosos como moneda. Para mí, en asuntos de dinero no son los caracoles, sino el sentido común lo que vale. A él recurro y en él me apoyo para discernir en asuntos financieros, porque no cuento entre mis haberes con estudios ni diplomados, digo esto, y me asalta la dama diciendo “…Ustedes creen que existen árboles de tortillas, o que su papá recoge dinero con la escoba” En tiempos de la dama tal vez lo creía, ahora no, aunque me gustaría. Sería bueno dejar de preocuparme por cuestiones económicas y salir a cosechar tortillas como si fueran el Maná del cielo.

He tenido momentos difíciles pero me quedé sentada; salí a resolver retos y puse mis aptitudes en juego, aunque no todas mis decisiones fueran afortunadas.

Decirte esto me cuesta, porque es difícil reconocer que tengo menos capacidad de la que me adjudico, o lo que es peor, que he dejado de agradecer lo que nació conmigo y de ahí la multiplicidad de mis errores. Es necesario reconocerlos, para iniciar el cambio. Yo ya estoy lista.

También lo estoy para aceptar derechos que antes me negaba, porque esto de la negación es un absurdo. Es volver la cabeza pretendiendo que lo que está enfrente no existe. Es como dejar de ver las conchas rotas o lamentarse porque los caracoles se fragmenten.

Con los caracoles torturados que volví mar, percibí un sentido distinto de la realidad. Cuando me replegué; paralizada dentro del caracol viví una paradoja, di pasos sin andar. Ahí quedaron mis falsas expectativas. Asumí el yo que soy.
*
Hasta aquí amigos, otro de esos "fragmentos del caracol" que había dejado preparados y que siguen cumpliendo su función, ojalá les guste.

miércoles, agosto 24, 2005

Entender a los otros me es fácil

Entender a los otros me es fácil. Entenderme, no.
¿Por qué tomo decisiones que me lastiman?

Dicen que para crear un buen hábito necesitas repetir una acción cuarenta veces, ¿por qué entonces no empiezo a crearme el buen hábito de no lastimarme? Te digo esto que ignorabas, para que no digas que me conoces como a la palma de tu mano, o que mi vida es un libro abierto.
Hay mucho que no conoces.

Con esto que escribo voy a escandalizarte y borrar a golpes de pluma la serena imagen que tienes de mí. Ya verás que no tengo la quietud del loto flotando sobre el agua. Soy como un lago en aparente calma sobre la superficie, mientras por dentro se revuelve el detritus.

Me propuse dejarme ir con el vuelo de mi columpio y desde ahí te escribo. Quiero dejar que los pensamientos fluyan sin llamarlos, pero mi mente, necia, intenta ahora dominar lo que escribo. No voy a dejar que lo haga. Para evadirlo, voy a inundarla de caracoles, a frustrar sus intentos para volver a fluir libremente.
*
Misión cumplida amigo Andreas, unas palabras, poquitas, pero otra vez de Fragmentos del Caracol que aunque usted no lo crea, también es otro libro y también sin editarse, como mucho de lo que hago. Ya ve, no lo puse hasta mañana como propuse, mejor decir al rato, pero subirlo ahora, me hizo recordar otro de mis poemas (y perdón por citarme, ya les he dicho que esto es producto de mis todavía escasas lecturas) o lo que es lo mismo, porque no he vivido, pero dejemos esto. Aquí va el poema, que viene a cuento por aquello de enviciarse, como sucede con el blog:
Temor
Mis ojos no están ciegos.
Estoy enamorada
de la nieve y el fuego.
Por temor a enviciarme
no me acerco.
¡Tengo el alma errabunda!
*

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog